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GAFA de Filosofia: Epicuro

Como de costumbre, nos sentaremos a discutir y dar vueltas distendidamente a uns pocas frases clásicas. Esta vez se trata de algunas de las llamadas “Máximas capitales” de EPICURO. Interrogando a estas palabras muertas y maltratadas intentaremos, con éxito o no, que las viejas ideas cobren vida de nuevo. Tal vez incluso descubramos algo que aún nos interese, nos intrigue y nos ponga en dificultades. Tal vez no. Se trata de discusiones completamente abiertas a todo el mundo, sean cuales sean sus conocimientos y tendencias. Mejor aún: las personas muy familiarizadas con este tema, que sepan que vamos a hablar como si no supiéramos nada.

I.         No se detiene el sufrimiento continuadamente en la carne,
sino que el más agudo permanece el más breve tiempo, y el que tan sólo aleja el
placer de la carne no perdura muchos días. Las enfermedades muy prolongadas
ofrecen en la carne aún más placer que dolor.

II.    A fin de tener seguridad ante los hombres, hay un bien en el
poder y la realeza como medios para obtenerla.

III.         Algunos quisieron llegar a ser famosos y admirados,
considerando que así conseguirían rodearse de seguridad entre los hombres. De
suerte que, si su vida es segura, han conseguido el bien de la naturaleza. Pero
si no es segura, no tienen aquello por lo que se esforzaron desde el principio
según lo propio de la naturaleza.

IV.         Ningún placer es por sí mismo malo. Pero las causas de ciertos
placeres comportan muchas más perturbaciones que placeres.

V.         Lo justo según la naturaleza es un acuerdo sobre lo
conveniente para no hacerse daño unos a otros ni sufrirlo.

VI.         Si se pudiera condensar cada placer, tanto en su duración como
por su relación con todo el organismo o a las partes más importantes de nuestra
naturaleza, entonces los placeres jamás podrían diferenciarse unos de otros.

VII.      Si aquello que produce los placeres de los corruptos les liberara
de los terrores de la mente respecto a los fenómenos celestes, la muerte y los
sufrimientos, y les enseñara además el límite de los deseos, nada tendríamos
entonces que censurarles, colmados por todas partes de placeres y carentes
absolutamente de dolor y pesar, de lo que es precisamente el mal.

VIII.     Si nada nos inquietaran las aprensiones ante los fenómenos
celestes y el temor de que la muerte sea algo para nosotros de algún modo, y el
desconocer además los límites de los dolores y los deseos, no necesitaríamos
investigar la naturaleza.

IX.         La injusticia no es un mal en sí misma, sino por la sospecha
de que no pasará desapercibida a los que están puestos para castigar tales
acciones.

X.         No era posible disipar el temor acerca de las más importantes
cuestiones sin conocer a fondo cuál es la naturaleza del todo, recelando con
temor algo de lo que cuentan los mitos. De modo que sin la investigación de la
naturaleza no era posible conseguir placeres sin tacha.

XI.         Ninguno sería el provecho de procurarse la seguridad entre
los hombres si permanecen los temores respecto las cosas de arriba, respecto las
de debajo de la tierra y, en una palabra, acerca de las del infinito.

XII.     Obtenida hasta cierto punto la seguridad frente a los hombres
mediante una sólida posición y la abundancia de recursos, aparece la más nítida
y pura, la seguridad derivada de la tranquilidad y del abandono de la multitud.

XIII.    Quien conoce exactamente los límites de la vida sabe qué
fácil de conseguir es lo que expulsa el dolor causado por una carencia y lo que
hace perfecta una vida entera. De manera que para nada necesita de cosas que
implican pleito.

XIV.     De cuantos bienes nos proporciona la sabiduría para la
felicidad de toda la vida, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad.

XV.     Según la noción común, lo justo es lo mismo para todos, pues
es lo que resulta provechoso en el trato de unos con otros. Pero el particular
de un país y de momentos concretos no para todos resulta ser lo mismo.

XVI.     El mismo conocimiento que nos hace confiar en que nada
terrible es eterno ni duradero, también nos hace ver que en los términos
limitados de la vida la seguridad consigue su perfección sobre todo de la
amistad.

XVII.     Cuando, sin haber variado las circunstancias, resulta
evidente que las cosas sancionadas por las leyes ya no se ajustan a nuestra
idea de lo justo, éstas no son justas. Cuando, resultando nuevas las
circunstancias, ya no convienen las leyes consideradas justas, eran justas
entonces, cuando convenían a la relación mutua de los conciudadanos; después,
cuando dejaron de ser convenientes, ya no fueron justas.

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